Autora: Maxime Degroote

 

Pueblo fantasma Choropampa:

20 años después del derrame

 

El 2 de junio del año 2000, un camión con carga de Minera Yanacocha perdió 151 kilogramos de mercurio en la pequeña comunidad de Choropampa, en la provincia de Cajamarca, en el norte de Perú. Veinte años después, el pueblo está olvidado, mientras que sus habitantes siguen muriendo por el impacto del derrame.

El 2 de junio de 2000, las cinco de la tarde. Se escuchan voces fuertes en la calle, gritos. “Todo en frente de mi quiosco es para mí”, exclama Julia Angélica. Un material brillante, claro y de color plomo se desliza como gelatina en la carretera que cruza por el pueblo. “Mami, mami, mira”, se escucha un poco más lejos, “hay algo brillante en la calle y todos lo están recogiendo. ¡Yo también voy!”

Niños se sientan en medio de la sustancia misteriosa, recogen botellas vacías grandes de Coca Cola y Fanta y las llenan con este líquido brillante. Juegan, lo lanzan al aire y corren por debajo, lo ponen sobre su piel. ¿Es oro? ¿Cuánto valdrá? La confusión es grande en la comunidad, pero debe valer algo. Riqueza para Choropampa.

Niños desmayándose

Nada resulta ser menos cierto. Veinte años después nos encontramos en este mismo lugar, en la carretera que conecta la ciudad minera de Cajamarca con Lima, la capital del Perú. La carretera por donde los camiones de Minera Yanacocha pasan diariamente. La carretera donde, hoy hace exactamente 20 años, uno de estos camiones, de la empresa de transporte Ransa contratado por Minera Yanacocha, perdió 151 kilos de mercurio. No oro, sino 151 kilos de mercurio, esparcido a lo largo de 27 kilómetros entre San Juan y Magdalena. Un líquido brillante, pero tan venenoso. Choropampa, en medio camino, sufrió la peor parte. Directa o indirectamente, todos los habitantes de Choropampa, alrededor de tres mil personas, entraron en contacto con el mercurio de Minera Yanacocha.

El mercurio destruyó toda la comunidad. Entró en el suelo, en el agua, en el aire, en las plantas. Las muestras de control de calidad de agua indican que el nivel de mercurio en ella va aumentando con el tiempo. Cada vez se pueden cosechar menos cultivos, y ya nadie quiere consumir productos agrícolas de la región de Choropampa.

Las personas que no llegaron a tener contacto físico con el mercurio lo inhalaron. Y lo inhalan todavía. En climas cálidos, el mercurio que aún está oculto en el suelo se evapora. Y se levanta. La inhalación resulta ser incluso peor que el tacto.

Rompe la membrana protectora del cerebro y causa principalmente problemas con el sistema nervioso. Salomón Saavedra de Choropampa lo confirma. “Cuando hace calor, a menudo ves niños desmayándose en la calle, camino a casa desde la escuela. Se desmayan de todo el mercurio que inhalan. Los llevan al puesto de salud, se recuperan un poco, pero permanecen enfermos. Siguen teniendo los mismos síntomas. Como todos nosotros, por el resto de nuestras vidas”.

También niños nacidos después del desastre tienen problemas de salud muy graves. ©Maxime Degroote

Amnesia colectiva

Horas después del derrame, el puesto de salud en Choropampa se llenó de personas con el mismo tipo de quejas. Sangrado nasal, dolor de cabeza, dolor de estómago, ronchas por todo el cuerpo. La lista de síntomas creció con el tiempo. Pérdida de la visión, dolor de huesos, dolores de las articulaciones, descamación de toda la piel, sangre en la orina, menstruaciones irregulares o falta de períodos menstruales, infertilidad, embarazos ectópicos, niños nacidos deformes, y mucho más.

Nos encontramos en la pequeña sala de la casa de Juana Martínez, presidenta del Frente de Defensa de Choropampa. Cuando le preguntamos si nos puede explicar lo que ha pasado este 2 de junio del 2000, nos lanza una mirada desesperada.  “No me acuerdo… realmente no. Perdemos nuestra memoria debido al mercurio”.

Olvidado. No solamente por las autoridades, la propia memoria de los pobladores se está perdiendo.

Unas diez personas se han reunido en esa misma sala para contar sus historias. Otros no lograron caminar las pocas cuadras hasta ahí, y los visitamos en sus propios hogares. Las historias son parecidas.

Veneno hermoso

“Se veía tan hermoso,” recuerda María Clementina Hoyo Zabreda, “tan hermoso como marcaba la calle. Pero resultó ser veneno. Mira mi cuerpo.” Se levanta las faldas y muestra sus piernas hinchadas. Varias presentes hacen lo mismo. Manos, pies, manchas por todas partes y piel que desaparece.

La pérdida de la visión también es una consecuencia grave del derrame de mercurio. “Todo el pueblo tiene que usar anteojos. Y tiene que cambiar las lunas cada año”, dicen.

Melisa Castrejón Hoyos no estaba en Choropampa en el momento del derrame. No regresó a casa hasta seis días después, para enterarse de que algún tipo de veneno había llegado a su comunidad. Veneno que ya estaba en su casa en una botella de vidrio. “Estaba tan asustada. Tenía tanto miedo de acercarme. Ahí estaba, con mi bebé de sólo dos meses… Ahora mi hijo está prácticamente ciego. No puede leer. Estudia, pero no creo que pueda terminar sus estudios. Igual que la mayoría de los jóvenes en el pueblo”, dice ella.

Esperar

Por el otro lado, Santos Mirando sí se acuerda muy bien lo que ha pasado el día del derrame. Él corrió hacia afuera para recoger el mercurio con sus manos. “Me duele la cabeza. Horrible. Siempre. Y sólo me dan paracetamol. Mi esposa tiembla tanto que a veces está cocinando y hace caer los platos. Mi hija de apenas siete años sufre de dolores insoportables de sus huesos y ya no puede ver. Ella ni siquiera había nacido cuando sufrimos el derrame. Y somos pobres. No podemos hacer nada. Nada, sólo esperar.” Santos se limpia las lágrimas de las mejillas. “Tenemos que seguir nomás.”

Esperar. Eso es lo que queda para todas las personas de Choropampa. Y poco a poco se están muriendo todos. “Mi sobrina se murió por lupus”, cuenta Helena Portilla, “y un poquito después se murió mi hijo. Sólo tenía 23 años. Los médicos le dieron tres meses de vida. Y luego también mi nuera. A la una se sintió mal, a las siete ya no estaba.”

Varias personas de Choropampa se fueron de la comunidad, buscando una vida más saludable por otros lados. Pero nadie se puede escapar de la muerte de Choropampa. Hasta niños y jóvenes nacidos después del derrame, tienen valores altos de mercurio en su cuerpo y problemas graves de salud.

Judith Guerrero Martín tuvo un aborto involuntario. “No puedo quedar embarazada. Y muchas mujeres tienen riesgos severos durante sus embarazos. Hay mujeres quienes tienen un aborto involuntario después de tres, cuatro meses de embarazo. O sus hijos nacen deformados. Cuando perdí a mi hijo, el médico me dijo que era mejor así. Que tenía un embarazo ectópico, como tantas mujeres de aquí tienen. Una amiga mía se murió durante su embarazo.”

Vida triste

El alcalde nos lleva a una casa un poco más lejos. Una nueva cara. Habla en voz baja y cuesta entender sus palabras. Dolor de cabeza, dolor de columna, dolor de los brazos. Ya tres años tiene de esa manera en su silla. Tres años en que no ha podido hacer nada. No puede doblar sus manos, estrechar sus brazos. No puede lavarse, no puede peinarse. Nada puede hacer.

“Mi vida es tan triste”, dice Modesta Pretel. “Ya no puedo hacer nada. No puedo trabajar en la chacra. No puedo cocinar. No puedo tejer. ¿Qué me dicen los médicos? No lo sé. Olvido todo, igual que todos de nosotros. Hasta mi hija, que nació después del derrame, sufre pérdida de memoria.

Justo al lado de donde el camión perdió su carga, encontramos a Imelda Guarniz Ruiz. Ella también sufre por el impacto del mercurio en el pueblo. “Era una mujer fuerte, ¿y ahora? Ya no puedo caminar. Me duelen los riñones. No hay ninguna solución. Como medicinas me dan ibuprofeno y paracetamol. ¿Y eso para que me sirve? Las personas de la mina se burlan de nosotros. Y yo ya no puedo hacer nada. Por donde me siento, tengo que ver quien me levanta”, cuenta. Refuerza sus palabras al llamar a su hijo para ayudarle a pararse de las escaleras donde está sentada.

Imelda Guarniz Ruiz tiene dolores en todo el cuerpo debido al mercurio. ©Maxime Degroote

Cuatro muertos al mes

Las quejas no son nuevas, pero cada año son más graves. Poco después del derrame murieron alrededor de 100 personas. “Médicos de Alemania y los Estados Unidos nos dijeron que después de cinco, diez, quince años todo iba a ser mucho peor”, dice Juana Martínez. Y mira ahora. “En el pasado, se muria una persona cada tres, cuatro años. Ahora se mueren tres a cuatro personas al mes.” El impacto del derrame está más visible que nunca, ahora, veinte años después.

Pasó mucho tiempo hasta que los habitantes de la comunidad se enteraron de qué tan venenoso fue ese líquido brillante. Dos días después del derrame, trabajadores de Minera Yanacocha llegaron a Choropampa, en trajes especiales y con lentes de protección, recuerden los habitantes. Pero no explicaron los riesgos de mercurio a los pobladores. Los empleados de Yanacocha sólo avisaron que habían venido a comprar todo el mercurio, y ofrecieron dinero al pueblo a cambio del mercurio recogido.

Niños corrieron a buscar más mercurio. Cinco, hasta diez soles recibieron, dependiendo de la cantidad de mercurio que pudieron entregar. “Justo había un circo en el pueblo,” cuenta el alcalde Ronald Mendoza Guarniz, “y con cinco soles los niños pudieron hacer mucho. Por un kilo de mercurio les dieron hasta 100 soles. Los niños corrieron con las manos llenas del líquido.”

Sólo una tercera parte de todo el mercurio perdido fue recuperada por Yanacocha. El resto se quedó en Choropampa, en las chacras, en las casas, hasta en las habitaciones.

Las fechas de muertes en las cruces en el cementerio cada vez son más cercanas una de la otra. ©Maxime Degroote

Comprar silencio

El daño ya estaba hecho y las consecuencias irreversibles del desastre pronto se hicieron evidentes. Choropampa cayó enfermo. Y Choropampa protestó. Querían análisis para saber qué les estaba pasando. Quince días después del desastre, se midió el nivel de contaminación en los pobladores.

El análisis mostró claramente que los habitantes tenían valores muy altos de mercurio en la sangre y orina. Pero los resultados de los análisis desaparecieron. Y siguen desaparecidos veinte años después.

Mientras que varios pobladores terminaron en el hospital con los mismos síntomas, Yanacocha regresó a la comunidad acompañada por sus abogados.

Yanacocha ofreció dinero a los habitantes de Choropampa. Cantidades distintas por cada persona. 2500 soles (más o menos 650 euros) para una persona, 5000 (1300 euros) para otra. La cantidad con la cual cada poblador llegó a un acuerdo con Yanacocha. Y con eso compraron el silencio de Choropampa.

Para recibir el dinero, tenían que firmar un documento. Un documento extenso con varias cláusulas, en donde decía claramente que Yanaocha no tenía ninguna responsabilidad en lo que había sucedido, y que ellos sólo pagaban para acabar con las controversias alrededor del derrame. Al firmar, los pobladores de Choropampa se alejaban de sus derechos de reclamar y responsabilizar a Yanacocha por lo que había pasado, o tomar acciones judiciales.

Huellas dactilares

Casi toda la comunidad firmó, la mayoría de los pobladores poniendo su huella dactilar. Ochenta y cinco por ciento de todos los habitantes de Choropampa eran analfabetos, y no podían leer el documento, ni firmar.

El dinero recibido lo usaron para gastos médicos. Antes de que los pobladores pudieran entender el impacto real de los problemas de salud, el dinero ya se les había acabado. No se trataba de unos problemas temporales. Se trataba de problemas de salud para toda la vida, que sólo iban a empeorarse con el tiempo. ¿Pero qué opción tenían? Hasta la ministra de la Mujer y Desarrollo Humano llegó a Choropampa desde Lima para decir al pueblo de no contratar abogados.

Choropampa fue silenciado. Nadie podía hablar. Y durante años sus habitantes estuvieron sentenciados por el documento que firmaron. Veinte años después, el número de muertos por las consecuencias del derrame está aumentando de manera muy rápida, y ahora se sienten forzados a hablar.

No medicinas

Aparte de dinero, los habitantes de Choropampa también recibieron un seguro médico por cinco años de Yanacocha. Un seguro que no sirve mucho en Choropampa.

Justo al lado de donde hace veinte años el mercurio cambió las vidas de tres mil Cajamarquinos, está el puesto de salud de la comunidad. De este puesto, todos están de acuerdo. “Ya hemos perdido la esperanza de ayuda o medicamentos. Lo único que pedimos, son calmantes, analgésicos. Ya no nos vamos a curar.”

Tocamos la puerta del puesto, pero no nos dejan entrar. Mejor regresemos en unos dos días, nos dicen. En ese momento nos van a poder mostrar el puesto.

La mirada del alcalde dice mucho. “No hay nada para mostrarles. Nada. El puesto está vacío. Eso es el problema que ya tenemos desde hace años. No hay medicamentos en el puesto de salud, no hay ayuda. Sólo toman tu pulso y te dan algo para el dolor. Pero estoy seguro que, si Yanacocha sabe que ustedes están aquí, con las cámaras, vienen con un carro lleno de medicamentos. Por eso necesitan dos días hasta poder dejarles entrar.”

El día siguiente recibimos un video de una fuente anónima. Un video del puesto de salud, de ese mismo día. Los estantes están vacíos. No hay medicamentos en Choropampa.

“Estamos muriendo,” dice Helena Portilla, “esta no es vida para nosotros. Estamos olvidados. Pedimos justicia de Yanacocha, pero no pasa nada. Vino, nos contaminó, y nos abandonó.”

También en otras ciudades la población de Choropampa sufre para encontrar ayuda. “Tenemos que mentir. Decimos que somos de Magdalena, o de Cajamarca. Los médicos no ayudan a las personas de Choropampa. No somos nadie.”

El lugar donde hace exactamente veinte años un camion de Yanacocha perdió 151 kilos de mercurio. ©Maxime Degroote

Cementerio lleno

El cementerio de Choropampa se llena de manera rápida. Las fechas de muertes cada vez son más cercanas una de la otra. Dos muertos al mes, tres al mes, cuatro…

El alcalde Guarniz nos mira desesperado. Es joven todavía, era un niño cuando el mercurio llegó a Choropampa. Igual que su esposa. Siete días después del derrame, ella terminó en el hospital por primera vez. Regresó cinco años después. Dos años después otra vez. “¿Y ahora? ¿La llevo al hospital dentro de un año? ¿Y luego todos los meses?”

El alcalde anterior tenía 28 años cuando murió. Lo llevaron a Chiclayo, donde immediatamente perdió la vida. “Esas muertes rápidas son regla, más que excepción. Hoy nos sentimos bien, mañana de repente nos sentimos mal, y baf, nos vamos al cementerio. ¿Qué estamos esperando? Nadie nos ayuda.”

Sólo ochenta habitantes de Choropampa no han firmado el documento de Yanacocha, hace veinte años. Sólo ellos pueden tomar medidas judiciales contra Yanacocha, aunque la mayoría de los casos fueron archivados. Sólo tres casos se han abierto de nuevo.

En veinte años Choropampa ha perdido la esperanza de recibir ayuda. “Ya nos han engañado tanto,” dice Julia Angelica Guarniz Luis, “han pasado veinte años y todavía no pasa nada. Estamos muriendo. Ya se va acabar Choropampa. Sólo nos queda esperar hasta que Díos diga: ´basta´.”

Han pasado veinte años y todavía no hay ninguna solución para Choropampa, el pueblo donde los habitantes siguen muriendo y donde se intoxican más con cada respiración. Es tiempo de que llegue justicia para Choropampa.

Pueden ver el documental “Choropampa, Tierra de Nadie” aquí:


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